Pesadilla


Todo está en la mente, dicen. He decidido aceptar el hecho: me basaré solo en mi propia experiencia.

Contigo soñaba, era la historia de siempre. Uno huyendo del otro. Huía entonces: de alguna parte, a algún lado. Tengo una especie de trabajo en el cual era profesora o maestra o una de esas palabras extrañas que sirve para decir que una persona está autorizada para enseñar a otras/os. 

No acaba el día, sentada respiro y alguien manda a buscarme.
-¿Estás?
-Estoy, y tú.
-Graciosa, te buscan.

Suelto la risa, desde que estaba allí no había tenido visitas -digo eso desde el tiempo del sueño, porque así son los sueños, atemporales-. Pienso: quizá sea mi novio o marido, o lo que sea que fuere. Salgo.

-Tú, ¿qué haces aquí? 

Una mezcla de deseo y aversión entran en contacto con mi memoria. -Debería correr y abrazarte o debería correr y abrasarte-, dice mi mente, que para ese momento ya no es más que inconsciente.

-¿Dónde está M...?
-No, está.
-¿No está? Es tu esposa y no está. Eso no me parece bien. 

Mi diálogo interno se justifica -No es cuestión de moral, es cuestión de...-.
No sé, quizá en el fondo si es dilema moral. Me da pena que nos vean juntos y me da pena que se pregunten entre ellas, ¿quién es él? Para colmo, me doy cuenta que es una escuela donde solo dan clases maestras, todas nos conocemos, conocemos a los maridos, novios, novias, amantes de las demás; es más la conocen a ella, a la esposa, a tú esposa. Se me cae la cara de vergüenza. Me da miedo todo y salgo corriendo, ¿es una forma de escapar, es una forma de decirte sígueme, es una forma de saber que tengo deseos?

Entro a mi casa. Está dentro del campus de la escuela o del monasterio -este momento de confusión existe, pero pareciera que soy una monja-. Es un lugar lindo, lo más extraño de todo es el orden existente, es todo limpio, ni un ápice de imperfección. Después de mirarlo y detenerme en el tiempo -como son los sueños-, entras. 

-¿Donde está M...? Vuelvo a preguntarme/te.
-No está, te lo dije.
-Entonces vete, es momento de que te vayas. No entiendo porqué me buscas, ni por qué lo haces ahora que estoy bien. Además ¿por qué no me dijiste que te habías casado? 

Noto el enojo, el mío. Noto que hay un juego, uno de esos que siempre tendemos para confirmar que tenemos autorizado tomar el cuerpo de la otredad. Siento el deseo casi instintivo de comenzar a morderte los labios -tan delgados, tan pequeños, apenas boca hay-. Pero me detengo, tengo que mostrar algo de respeto por mí, para mí. Vuelvo a preguntar por ella. En realidad quiero la confirmación de su no-presencia. 

-No está. 

Por esas palabras pierdo la cabeza -pero, ¿es esto un sueño?-. Sobresaltada toda me lanzo sobre tu cuerpo. El inconsciente sabe que hay registro de esos recuerdos, eso no es imaginación, quisiera que lo fuera: ha pasado alguna vez. ¿Hay necesidad de decir la cocina, el suelo, el sofá, la cama, la televisión, el baño? ¿Hay necesidad de decir arriba, adelante, encima, abajo? ¿Hay necesidad de decir lento, rápido, despierta, dormida? ¿Hay necesidad de una narración gráfica y burda que destruya la poesía?

Tocan puerta, timbre, ventanas, gritan ¡Careli, Careli! Y ese es el asunto de siempre, algo queda inconcluso entre nosotros. -¡Maldita sea!, verbalizo mientras buscó la bata para asomarme, no quiero que entren y pueden hacerlo. Te veo sin hacer nada, te veo inmovil y grito -vístete, carajo van a entrar y te verán-. 

-Hola, fíjate que buscamos a... 

Entran, qué impertinencia, qué falta de respeto y carajo estoy... porqué entran, porqué no te vistes, porqué no te escondes. 

-Es que fíjate que M... está aquí y busca a su MARIDO. 
-Pues bien, su marido no está aquí. 
-Y entonces él...

Pero qué carajos, estás desnudo dejando claro que acabamos de... Todo está ocurriendo rápido y sigo sin saber si es que quieres que ella se entere, o que se entere mi MARIDO. ¿Es real esto?, ¿Es verdad todo? Claro, yo sé la verdad. Van a salir a buscarla, a decirle a ella todo lo que pasó, todo lo que hicimos y yo... y tú me pides ayuda porque ella viene por ti. Te convierto en un gato. Sí, en uno negro. ¿Quién se dará cuenta? Tengo tantos que nadie sabrá, ni siquiera tú te das cuenta de lo que he hecho hasta que, ese otro gato de rayas se acerca, te huele, se aleja, te casa, se va... 

-Allí está
-¿Dónde? Dice ella con su acento español.
-¿Dónde? Digo yo con mi acento mexicano. 
-Carajo acá sólo hay un gato, ¿dónde está él? Eres una...
-Me preguntas a mí, pero si tu eres su mujer, ¡por Dios!

El gato de rayas vuelve, lo veo como se acerca, también tú has tomado consciencia de lo que hice, me ves y finges no ser más que un gato porque tienes miedo de lo que pueda hacerte ella ahora que lo sabe todo. Pero el gato de rayas me mira al tiempo que su miembro se para, está encima de ti, intento gritar pero el gato lo ha hecho. 

Siento el odio en tu mirada, te levantas, recuperas tu forma al tiempo mismo que te vale que ahora ella te vea, que lo sepa todo. 

-Estás loca, tú mente es un monstruo. Viste todo lo que el gato iba a hacer, no lo detuviste. Deberías solo dedicarte a escribir porque con esa mente todo mundo sabrá que estás loca.
-Escribo, escribo, escribo y esto es un sueño.

Despierto. -Es una pesadilla, me digo. -Es producto de mi mente, me digo. -Esto fue un mal sueño, me digo. -Él no te odia, me digo. 






Comentarios

Entradas populares