De fríjol Pajapan al fríjol Jamapa

“En el campo te malpagan, y nunca han visto por el campesino, 
siempre explotados y al gobierno no le interesa eso” 
El Chaman

Han pasado cerca de seis meses desde mi última visita a Coatzacoalcos, para muchos y muchas la pregunta  es: -¿qué hay en esa ciudad tan fea?
Sin duda la fama del puerto petrolero ha llegado a tantas personalidades -y no precisamente por "chula" como dice la leyenda poblana de su capital-. Puerto México parece no tener tregua ecológica la siguen contaminando y eso dicen la vuelve "fea".
Pese a ello a mi siempre me trae buenos recuerdos; allí viví cerca de seis años, allí aprendí a nadar -y salir con vida del mar-; así que no es tan mala como la pintan.
Lo curioso para mí es todo lo incierto de su cultura, por ejemplo: no se vive de pescar pero se vive comiendo pescado; no tiene agua dulce pero llegando las lluvias seguro se inunda; ya no hay petroleo pero la gente vive con el recuerdo. Podría seguir con la lista de historias sobre la ciudad de donde salió Quetzalcoatl para no volver pero por ahora me brinca el recuerdo del día que me embarque como mi madre para Pajapan.
Llegar a las Barrillas ya es todo un viaje, pues hay que esperar que el camión pase -es decir, como una hora- para luego irse por toda la costera rumbo a Minatitlan -y eso significa otra hora- luego esperar a que la lancha se llene -que también puede ser otra hora-; aunque para mí eso ya es la historia, porque entre viajar, comprar, vender, conocer, escuchar saltan todo tipo de cosas.
Para quien no ha ido nunca, hablo de un lugar que se encuentra en la Sierra de Santa Martha, para llegar hay dos formas, lo que narro arriba o irse por Acayucan, entrar a la terracería y entroncar hasta llegar a la Costa. Una vez allí queda conocer comunidad vía mar o vía tierra.
De este último viaje recuerdo estar a solas con mi mamá. Caminar bajo su mirada suavizada, matizada por la complicidad de comer elotes hervidos con chile y limón. Subir una lancha, viajar con desconocidos, disfrutarlos pagar por mangos de una casa ajena, pedir bollitos (tamal de elote) y bendecir las manos que los hicieron. Bajar de la lanchar recorrer juntas un rato más la playa, jugar con el perro, convivir entre lanchas y pescadores hasta que regresamos.

No sé, quizá mi romanticismo llevó mi atención a las bolsas de un señor y quien traía adentro de esa bolsa otras bolsas -notese el mundo en el que vivimos- de fríjol Jamapa; un fríjol que además compró en un Chedraui. Mamá le preguntó para qué tantos, le respondió que para hacer tamales. Parentesis estos tamales los llevan a vender a Coatzacoalcos y nos dicen que son fríjol de su milpa. Caigo en cuenta que Pajapan y Jamapa se parecen y no por eso es lo mismo que mesmo.

Así que todo el camino me quedé pensando en los tamales de fríjol que se hacen con fríjol de tiendota comercial. Me preguntaba entonces qué pasó con la milpa, pero pues creo que ya como todo el mundo sé la respuesta: el campo está abandonado no por ganas de quererlo sino porque ha eso se ha orillado a la gente.

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