Abigail Mendoza una mujer con sabor magia
Dishdaa’w, la vida de Abigail Mendoza Ruiz es un libro que mezcla historia de vida, poesía y gastronomía. En él la vida de una mujer oaxaqueña, zapoteca -una de los grupos étnicos originarios de México- que hizo de su pasión por la comida una fiesta de sabores es retratado como un bordado fino de huipil istmeño.
De manera particular el libro resulta una sorpresa por una parte nos narra por medio de entrevistas la vivencia de la niña, la mujer, la hija, la cocinera que aprehende y regala el don de alimentar no sólo el cuerpo sino también el alma.
El libro viene acompañado de fotografías de fiestas patronales, ciudades y pueblos del estado de Oaxaca, así como álbumes familiares lo que enriquece esta obra que va de la tradición oral a la tradición escrita.
Recomiendo de manera amplia la siguiente entrevista, publicada en:
Y después de la entrevista música, mezcal y mole:
http://www.youtube.com/watch?v=3DDDiB9GeAk
La comida
diaria la aprendes con tu mamá, pero la de fiesta es una gran responsabilidad,
considera Abigail Mendoza, quien en esta imagen posa con su libro. Foto Yazmín
Ortega Cortés
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Periódico
La Jornada
Martes 20 de noviembre de 2012, p. 9
Martes 20 de noviembre de 2012, p. 9
Abigail Mendoza es un ser luminoso. En su rostro la
sonrisa es permanente. Quien se acerca a ella cae atrapado por la magia de su aura;
dan ganas de escucharla todo el tiempo cuando comienza a relatar los secretos
de su gastronomía, casi artística.
Al conocer su historia se sabe que, como en una
historia de ficción, los dioses zapotecos la eligieron para transmitir su
idiosincrasia culinaria prehispánica, invaluable herencia ancestral.
Abigail, más que una alquimista de la cocina, es
una chamana del sabor, admirada por expertos, investigadores e incluso por los
mejores chefs del mundo, como el catalán Ferrán Adriá y el vasco Juan Mari
Arzak. No se quedan al margen de la pleitesía publicaciones como The New
York Times, que la consideró una de las 10 mejores cocineras del orbe,
luego de visitar el restaurante donde prepara sus manjares: Tlamanalli, ubicado
en Teotitlán del Valle, Oaxaca, donde han comido artistas, intelectuales y
políticos, como el ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter.
Aunque no lo reconozca, nació para cocinar. Tal fue
el designio, que en el lugar que eligió para instalar su restaurante, al escarbar
para la construcción encontró el utensilio esencial de la cocina autóctona y
que hoy día ha sido olvidado: un metate de la época precolombina.
Diario aprendo
Gracias a los dioses que me dijeron: ahí tienes tu
metate, es un regalo. Esas son cosas fuertes que me han pasado. Podría decir
que sobrenaturales. No sé si se nace para estar en la cocina. Eso lo dejo a las
personas, que lo pueden interpretar como quieran. Pero necesitan conocerme en
mi casa para decirles quién soy, comenta Abigail Mendoza a La Jornada,
con motivo de la publicación del libro Dishdaa’w, la vida de Abigail
Mendoza Ruiz, escrito por la investigadora Concepción Silvia Núñez Miranda.
(Dishdaa’w es una expresión zapoteca que en castellano se traduce como
la palabra se entreteje en la comida infinita).
Mendoza, recurrente invitada a congresos de
gastronomía en Europa y Estados Unidos, donde ha ofrecido degustaciones de su
arte, dice: Diario aprendo. Nunca digas que eres una profesional porque diario
aprendes. Observo y aprendo, con mucho orgullo, pues soy indígena.
Dos conceptos esenciales tiene para crear las
maravillas que sus comensales degustan: el amor y el respeto.
El ingrediente que todo platillo debe tener es el
amor, ese calor humano que se transmite con cada uno de sus elementos, asegura.
Pero igual de fundamental es respetar. El respeto
por la naturaleza y a nuestros antepasados es sagrado. Diario, cuando estás en
la cocina, creas diferentes formas, pero gracias al legado de nuestros
predecesores.
Por eso, la receta para ser como Abigail Mendoza es
querer a sus semejantes sin importar de dónde son. Lo más importante es el amor
a nuestros hermanos, y eso es lo que siempre trato de manifestar por medio de
la cocina; es lo que quiero legar. En la cocina tienes que dar todo, porque es
parte de tu espíritu lo que entregas. La cocina es una de las herencias más
grandes que nuestros antepasados nos dejaron y, por eso, respeto es lo que se
merecen, precisa.
–¿Cuánto tiempo le llevó obtener una sazón propia?
–Para encontrar mi sabor he necesitado toda una
vida.
Abigail, tercera de 10 hijos del matrimonio
(originario de Teotitlán, reconocido por la elaboración artesanal de finos
tapetes teñidos con tintes naturales) entre Clara y Emiliano, está en la cocina
desde muy pequeña, como toda mujer indígena.
La comida diaria la aprendes con tu mamá, pero la
de fiesta es una gran responsabilidad, dice.
Ella aprendió la de festejo con su tía Zenaida,
encargada de hacer las comilonas para los ágapes, que en su pueblo abundan.
“Me metí a la cocina desde los cinco años. Las
primeras tortillas que hice –por cierto, en un metate prehispánico que también
su abuelo encontró en su corral– fueron toda una emoción. Pero, cuántos
tropiezos tuve. Tardé, no días ni meses, sino años para aprender a hacer una
buena tortilla. Pero la tlayuda la pude hacer a los ocho. Al meterme a la
cocina me entusiasmó la molienda. Conocí la comida diaria, pero después quería
aprender a tejer y me convertí en tejedora (con mi papá aprendí a hacer los
tintes naturales). El color es la vida misma, es la parte de uno. Me emociona
preparar los tintes, porque en ello hay misticismo.”
Abunda: A los 12 años me hice tejedora, pero luego
me entusiasmó aprender la cocina de fiesta, lo que son los moles, los tamales,
las bebidas tradicionales como el tejate (que según la la tradición zapoteca,
la mujer que lo sabe hacer ya puede casarse). Me acerqué a mi tía abuela
Zenaida, quien era la comidera del pueblo, muy buena maestra. Le dije que
quería aprender a hacer chocolate-atole, una bebida de dioses, algo que no se
puede hacer de la noche a la mañana. Se ofrece cuando hay una boda, una
mayordomía, o una fiesta de Día de Muertos. Es la bebida más grande que puedes
ofrecer a tus invitados.
En la década inicial de vida, Abigail se animó a
hacer su primer tejate. Tuvo buena estrella con su primera maestra, Clarita,
quien era muy rigurosa y la regañó hasta el cansancio para que aprendiera, por
lo menos, a hacer bien las tortillas. Cuando hizo su tejate por primera vez, la
familia se juntó y la felicitó.
Ayudar y observar
Sin embargo, no fue suficiente para ella. Siguió a
su tía: Me dijo que si quería aprender tendría que ayudar y observar. Luego de
observarla una vez me decidí a hacerlo sola hasta que aprendí. Después cociné
para 300 personas y supe todo sobre la cocina de fiesta y las porciones.
Trabajé mucho hasta llegar a mi sabor.
–Para usted, ¿qué es el sabor?
–Lo es todo. Es aquello que representa a la
naturaleza. El sabor es saber dar amor. Es algo que se respeta. Es ofrecer lo
más real. De mi parte, ofrezco algo de mis antepasados. Experimentar está bien,
siempre y cuando se respete el sabor.
–¿Se nace para estar en la cocina?
–Eso lo dejo a la interpretación individual. En la
parte en la que estés tienes que hacerlo lo mejor posible.
–¿Qué son el color y las formas en la cocina?
–Son algo muy importante y, en mi búsqueda, es
defender la autenticidad. Es decir, entregar tal y como son la cosas; por
ejemplo, la flor de calabaza, la cual puedes ofrecer sin hacer que se pierda su
sabor ni su color. La pureza es dar sabor auténtico. El que cocina es el
encargado de brindar lo que la naturaleza nos dio.
–¿Qué es la naturaleza?
–Es lo más grande y sagrado. Puedes hacer lo que
quieras con lo que te da, siempre y cuando, insisto, lo hagas con respeto. Los
indígenas tenemos eso muy presente. La naturaleza es parte de la vida misma;
somos sus creaciones divinas.
–¿Existe la magia en el arte de la cocina?
–Es energía y suele llegar sola, no la invocas. Es
algo que llega e interpretas como magia, quizá como algo sobrenatural… o la
bendición de nuestros ancestros. Puedes traducirlo de la forma que tú quieras.
Sin faltar al respeto y no hablar lo que no es; claro que hay cosas místicas en
ese lugar.
Una de esas cuestiones esotéricas es el mal de ojo,
que hasta en la cocina se tiene que cuidar. Una mirada densa puede afectar
hasta un chocolate. Por eso, un solo lugar para cada sabor, insiste Abigail,
para quien lo misterioso, como el nahualismo, es inherente. Según esa creencia,
cada vez que una mujer va a dar a luz se esparcen cenizas alrededor de la casa,
y al siguiente día la huella del animal que quedó asentada es el nahual del
recién nacido.
–¿Qué nahual tiene?
–No sé (ríe).
Los que de verdad son elementos mágico-terrenales,
son el maíz, el frijol, la calabaza y el cacao, esenciales para los mexicanos,
afirma la cocinera, quien destaca su comentario al maíz, al que considera dios.
Mientras enseña al reportero el tejido de su falda,
una representación del dios Pitao Cozobi, opina sobre el maíz genéticamente modificado:
Para nosotros es veneno. Estoy en contra de esa semilla, pero qué vamos a
hacer. Quién nos ayudará, porque eso nos está matando.
¿Experimenta con elementos que no son originarios
de México?, se le pregunta.
No. No me doy abasto con lo nuestro, responde. “En
mi cocina se trata del autoconsumo, porque tengo mis terrenos en los que
siembro mi maíz, mis calabazas (de las que saco mis pepitas), los tomatillos…
todo lo aprovecho y es lo que ofrezco a mis comensales, y es lo que deberíamos
hacer todos. Por ejemplo, tengo mi huerto donde siembro nopales y chayotes; yo
los corto. Cocino todo lo que tengo en mi corral. La naturaleza nos alimenta y
la tierra nos espera.”
Además de esos alimentos casi misteriosos, algo
esencial en su fogón es uno de los utencilios que más usa: el metate. Hay más
de seis de ellos en su cocina. Los utiliza para moler los granos, condimentos y
especias que llevan sus preparaciones. Cada metate es para un sabor específico
para que no se penetren los sabores, comenta en el libro, que editó la
Fundación Alfredo Harp Helú y que da cuenta de detalles extraordinarios en la
vida de la cocinera.
Tal es la importancia de diferenciar los sabores,
detalla en el libro que diario molía el maíz para el atole, que se llama
nesagual, porque el cocimiento es distinto que en el de nixtamal de las
tortillas; vas aprendiendo los pasos y tienes que poner mucho de tu parte. Si
quieres hacer un atole de granillo, el maíz se tiene que cocer a la hora, pero
si quieres hacer un atole sin granillo tienes que cocer el maíz una noche antes
para que se ablande.
–¿Qué es para usted un metate?
–Es algo sagrado. El respeto comienza por no
tratarlo como cualquier objeto. Por ejemplo, si ya le moliste chile, no le
puedes moler cacao después. Cada metate tiene lo suyo. Nada tiene que mezclarse
para que todo salga bien. Ya no te preguntas: en qué fallé, porque hiciste todo
con respeto. Hay cosas que se tienen qué saber, como el que cada cazuela sirve
para algo. No mezclar.
En esa región zapoteca el metate también se utiliza
para moler el insecto grana cochinilla y otras hierbas que servirán para crear
los tintes naturales que colorearán los tapetes tejidos por los artesanos del
lugar, reconocido por ello.
Hay que saber que Abigail fue una de las
promotoras, desde su trinchera, en la búsqueda de que la cocina de México fuera
reconocida como patrimonio intangible de la humanidad por parte de la Unesco.
Comenta: Qué bueno que ya lo es, pero hay que
recordar que fue un proceso y ahora lo tenemos que defender. De política no sé
mucho, pero si personas indicadas apoyaran nuestras tradiciones, seríamos otra
cosa. La unidad debe existir. No pierdo las esperanzas de que un día se
realice.
–¿Qué le dicen los chefs luego de que la conocen?
–Están admirados porque saben lo importante que es
la cocina mexicana. Cuando los grandes cocineros voltean la cara a nuestra
cocina, ven a nuestro México. Debemos abrazar nuestra cocina porque es una
herencia grande y en todo México existe eso. Si cada cocinera defendiera su
área, México sería otro, porque estaríamos ofreciendo lo más puro de nosotros.
–Para usted, ¿son necesarias las escuelas de
gastronomía?
–Están bien, siempre y cuando ellos aprendan
primero lo nuestro. Qué bonito sería que ellos se reunieran e hicieran 100 por
ciento cocina mexicana y luego aprendieran lo demás.
Para el director de la Escuela de Gastronomía
Mexicana, Yuri de Gortari, a las cocineras tradicionales tenemos que darles su
lugar, les debemos todo, y Abigail es un monumento de la cocina nacional.
Por su parte, el chef vasco Pablo San Román, del
restaurante D.O., quien es conductor de un programa de gastronomía en la
televisión, afirma que los considerados mejores chefs del mundo se rinden ante
ella, porque es la honestidad en persona; representa la dignidad de este país.
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